En una época en la que la celebración del Halloween estadounidense pareciera permear muchas de las culturas del mundo, cabe recordar que en México existen desde hace siglos rituales que año con año se realizan en distintos puntos del país.

Desde las actividades en San Andrés Míxquiq, un pequeño pueblito ubicado en la ciudad de México, hasta la celebración de día de muertos en Tríquis, otro pequeño poblado ubicado en la frontera norte del país colindante con los Estados Unidos, donde las manifestaciones para recordar a los difuntos son ricas en colores, sabores y aromas.

Pero estos distintivos no son únicos de estas regiones, pues es bien sabido que en estas fechas el país entero se viste de flores y tributos para todos aquellos que ya descansan en paz; una tradición de origen 100% mexicana que se remonta a la época del imperio Azteca, donde el culto a los muertos era en sí mismo una celebración de la vida, que se trataba de tener cerca a los seres queridos que ya habían fallecido, que en aquel momento al carecer esa cultura de las connotaciones morales propias del catolicismo, el lugar al que iban los difuntos dependía de la forma en la que estos habían muerto, Por lo que el “Tlalocal” paraíso del dios de la lluvia lo habitaban aquellos cuyos decesos se relacionaban de algún modo con el agua, niños que eran sacrificados a Tláloc o muertos por un rayo  durante una tormenta.

El “Omeyocán”, paraíso del sol, era el destino de aquellos que morían en combate, prisioneros que eran sacrificados y mujeres que fallecían al dar a luz. Al “Chichihuacalco” iban los niños y se trataba de un paraíso en el que existía un árbol de cuyas ramas brotaba leche. Para todos aquellos que perecían de muerte natural estaba el “Mictlán” lugar al cual no era sencillo de llegar, por lo que se necesitaba la ayuda de un perro que sirviera de guía para cruzar el rio que separa la tierra del mundo de los muertos, región de frío, que en el mundo Nahua se ubicaba en el norte.

Respecto a las tradicionales ofrendas a los muertos estas se remontan a la época Prehispánica, donde se le comienzan a incluir a las tumbas objetos del agrado del difunto o que hubieran sido utilizados por él, como vasijas, caracoles o piedras de Obsidiana; ya para este momento de la historia también se comenzaron a hacer muy comunes los “Tzompantli” hileras de cráneos ensartados mediante perforaciones y que pertenecían a los restos de aquellos que fueron sacrificados en honor a los dioses, muerte que era considerada el mayor de los regalos.

Ya para el año de 1519 con la llegada de los españoles, los festejos a los muertos en México se comenzaron a realizar los días primero y 2 de noviembre, esto como resultado de la mezcla de las costumbres católicas de esas fechas en las que se solían rezar misas, oraciones y responsorios por las almas de los fieles difuntos, con las tradiciones indígenas en las cuales también se rezaban oraciones y realizaban tributos. Mezcla que resulto con la tradición que vive hasta nuestros días de visitar el campo santo con flores, veladoras y comida que se consume en compañía del cuerpo del difunto.

Al transcurrir los siglos el carácter ritual y solemne del culto a los muertos ha ido adquiriendo un tono festivo e incluso burlesco en el que se han ido agregando elementos como las calaveritas de azúcar de caña, el papel picado de Cazahuate, el pan de muerto, diversos dulces frutales y la costumbre de escribir ingeniosos versos alusivos a la muerte de personajes importantes de la historia, ahora conocidas como calaveritas literarias.

Hoy en día una historia de siglos sigue su curso, con modificaciones y mezclas entre distintas culturas y creencias, que dan como resultado las actuales ofrendas en forma de altar, donde los elementos más representativos a estar son el mantel blanco, símbolo de la pureza y alegría; agua, para que los difuntos sacien su sed; Sirios y veladoras, para que las almas de los muertos puedan encontrar su destino, que al ser estas colocadas en cruz representan los cuatro puntos cardinales; Papel picado, que simboliza el viento y añade el ambiente festivo a la ofrenda; Comida, para que el difunto disfrute una vez más sus platillos favoritos; Calaveras, en símbolo de la réplica de los “Tzompantli”; Pan de muerto; Copal e Incienso, que será la guía aromática a la ofrenda y a su vez servirá para llenar el espacio existente entre la tierra y el suelo y que en su visita el alma no quede perdida en el espacio muerto; La sal, elemento de purificación y que ayuda a que el cuerpo no se corrompa en su viaje; Flor de Cempasúchil, representación física del sol y que sirve de guía a los difuntos a encontrar su camino de regreso.

Por último hay que mencionar que desde el 7 de noviembre del año 2003 la UNESCO reconoció las tradiciones de día de muertos en México como una obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad, considerando en el documento de declaratoria que esta festividad es una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo; así como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país que desempeña una función social de afirmación de identidad.

Charlie Zamora.