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Gente

Diputados exigen responsabilidades; Navarro señalado como instigador y Smith protege a una policía omisa

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Los diputados locales del PRI y Morena han exigido la renuncia del secretario de Seguridad Ciudadana, Samuel Ugalde, y una revisión al actuar de la corporación policial, la alcaldesa Samantha Smith ha preferido blindar políticamente a la Secretaría y defender a sus elementos, pese a que no intervinieron en la trifulca que puso en riesgo a ciudadanos.

Los legisladores coincidieron en que la omisión de la policía es inaceptable y mina la confianza de la ciudadanía. Desde el Congreso se pidió incluso que el Mando Único asuma la seguridad en la capital, al señalar que la situación amerita resultados reales y no discursos justificatorios.

El diputado de Morena, David Martínez Mendizábal, fue más allá al exigir cárcel para el exalcalde panista Alejandro Navarro Saldaña, a quien responsabilizó de incitar el enfrentamiento entre sus simpatizantes y los del comunicador Jorge Rodríguez Medrano.

El señalamiento contra Navarro revela el trasfondo político de una figura que, lejos de abonar al orden y la democracia, se muestra como instigador de conflictos que fracturan la vida pública de la ciudad. Su protagonismo, basado en la confrontación y no en propuestas, contrasta con el esfuerzo de los diputados que, desde sus bancadas, buscan claridad, rendición de cuentas y seguridad para los guanajuatenses.

En contraste, la alcaldesa Samantha Smith insiste en que Guanajuato capital “es una de las ciudades más seguras del estado” y que lo sucedido en la trifulca no debe politizarse. Sin embargo, su respaldo irrestricto a Ugalde y a la policía refuerza la percepción de encubrimiento y debilidad institucional, pues en vez de atender las críticas y reconocer los errores de omisión, coloca a la corporación por encima de la exigencia ciudadana. Así, mientras el Congreso pide responsabilidad y transparencia, el gobierno municipal opta por defender lo indefendible y minimizar un problema que exige respuestas firmes.

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Cultura

Cerro del sombrero: la leyenda de las monedas del diablo

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El Cerro del Sombrero es una de las elevaciones más reconocidas en las inmediaciones de la Sierra de Santa Rosa, en Guanajuato. Su nombre proviene de su peculiar silueta que, vista a la distancia, parece un enorme sombrero de ala ancha. Pero más allá de su forma, lo que ha trascendido a lo largo de los años son los relatos misteriosos que envuelven a este lugar.

De acuerdo con la tradición oral de los campesinos y habitantes cercanos, en el cerro existe una cueva encantada en la que, según se dice, habita el diablo. Quienes han pasado de noche o en soledad aseguran haber escuchado el repique de monedas de oro que parecen rodar dentro de la tierra o sonar como si alguien las dejara caer una y otra vez.

La leyenda cuenta que este sonido es un cebo del maligno para tentar a los hombres codiciosos. Aquellos que se dejan guiar por la ambición y siguen el tintinear metálico son conducidos hasta la cueva. Una vez adentro, desaparecen sin dejar rastro, atrapados en un mundo subterráneo del que nunca se vuelve.

Los ancianos de la región advierten que el cerro se cubre de un aire extraño en las noches de luna llena. Algunos dicen que en esas ocasiones puede verse la figura oscura de un hombre sentado en una roca en forma de silla, conocida como la “silla del diablo”. Desde ahí observa y espera a sus víctimas, oculto en la penumbra y acompañado por el brillo ilusorio de las monedas…

Con el paso del tiempo, el Cerro del Sombrero se convirtió en un símbolo de respeto y temor. Muchos campesinos prefieren no trabajar sus tierras cercanas en determinadas noches, ni caminar solos por los senderos que conducen a su cumbre.

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Cultura

El Charro Negro de la Sierra de Santa Rosa

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Cuentan los viejos de la Sierra de Santa Rosa de Lima, allá donde el aire se viste de neblina y los pinos murmuran con el viento, que habita un alma en pena: el Charro Negro.

Hace siglos, cuando Guanajuato era un hervidero de mineros y arrieros, un bandido astuto se hizo de una fortuna robada. Plata, monedas y joyas arrebatadas a quienes descendían de las minas pasaron a sus manos, pero la codicia no perdona. Traicionó a sus propios compañeros y, perseguido por justicia y ladrones, buscó refugio en lo profundo de la sierra.

Allí, dicen, desesperado y con el tesoro al cuello, pronunció palabras prohibidas. Ofreció su alma al diablo a cambio de que nadie le arrebatara jamás sus riquezas. El pacto se cumplió, pero con un precio: su cuerpo se desvaneció en las sombras y su espíritu quedó condenado a cabalgar eternamente por los montes de Santa Rosa.

Desde entonces, los arrieros que se atrevían a cruzar la sierra en la noche hablaban de un galope que retumbaba entre las barrancas. Algunos juraban haber visto un jinete de traje oscuro, montado en un caballo negro, cuyos ojos brillaban como brasas encendidas en la oscuridad. Con voz profunda, el espectro ofrecía riquezas sin fin a quienes se atrevieran a seguirlo… pero ninguno de los que aceptaron volvió jamás.

Hoy en día, los pobladores todavía advierten a los viajeros: “Si escuchas cascos resonando en la tierra húmeda, no mires atrás. No respondas al llamado. El Charro Negro aún vaga en busca de compañía, guardando el tesoro maldito que lo ata a esta tierra para siempre.”

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Y así, entre la neblina y el silencio de los bosques, su galope se mezcla con el viento, recordando a todos que la codicia y los pactos oscuros nunca traen redención.

¿Te atreverías a cruzar la Sierra de Santa Rosa a oscuras? ¡Cuéntanos en los comentarios!

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Cultura

Los hidrantes en Guanajuato capital: historia, utilidad y cultura urbana

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En una ciudad como Guanajuato capital, marcada por su trazo irregular, sus túneles y callejones, los hidrantes se convirtieron en un elemento urbano fundamental tanto en términos de seguridad como de identidad visual. Aunque hoy en día suelen pasar desapercibidos, estos dispositivos cuentan con una historia estrechamente ligada al desarrollo urbano, los incendios del pasado y la adaptación de la ciudad a las necesidades modernas.

La presencia de hidrantes en Guanajuato remonta su origen a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la ciudad comenzó a adoptar medidas más organizadas de protección civil. En un territorio minero, donde la madera y los materiales inflamables abundaban en casas y talleres, los incendios representaban un riesgo constante.


La instalación de los primeros hidrantes fue una respuesta a esa necesidad: contar con accesos rápidos al agua de la red pública para sofocar siniestros que podían poner en peligro no solo viviendas, sino también templos, plazas y edificios históricos.

La dificultad de colocar hidrantes en una ciudad tan peculiar como Guanajuato fue otro factor interesante. Debido a su relieve y al trazado estrecho de las calles, los hidrantes tuvieron que distribuirse de manera estratégica: en esquinas de plazas, cercanos a túneles, y en puntos clave de barrios históricos.

Algunos de ellos aún conservan un aspecto antiguo, pintados de rojo intenso o amarillo, contrastando con las fachadas coloridas que caracterizan al centro. Con el tiempo, no solo se volvieron parte del mobiliario urbano, sino también una especie de “huella silenciosa” de cómo la ciudad fue adaptándose a los tiempos modernos.

En la cultura guanajuatense, los hidrantes también han sido resignificados. Muchos de ellos, al estar ubicados en zonas de gran tránsito turístico, forman parte del paisaje fotográfico que se llevan los visitantes sin siquiera notarlo. Además, los artistas callejeros y fotógrafos locales han sabido integrar su presencia en la estética de las calles empedradas, convirtiéndolos en detalles que dotan de personalidad al espacio urbano.

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Hoy, los hidrantes de Guanajuato no solo cumplen una función de seguridad vital, sino que también representan el diálogo entre pasado y presente. Son testigos de cómo una ciudad con raíces virreinales y alma minera logró modernizarse sin perder su esencia colonial. En ellos se refleja la capacidad de adaptación de Guanajuato: un sitio que, entre callejones y túneles, sigue cuidando a su gente y su patrimonio a través de estos discretos guardianes de hierro.

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