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Gente

Este Día del Niño… no todo es felicidad y color para todos los infantes

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El Día del Niño suele pintarse de colores brillantes, risas y juegos. Pero, más allá de las festividades, hay una realidad que no podemos ignorar: no todos los niños tienen motivos para celebrar.

No existen acciones claras para actuar ante esta grande problemática social, está dura realidad nos golpea a la cara, pues en México y en muchas partes del mundo, millones de niñas y niños enfrentan diariamente situaciones que vulneran sus derechos fundamentales.

En las calles de la capital, el sistema de noticias de TV Guanajuato ha visualizado infancias con la carita sucia y los ojos llenos de tristeza, vendiendo burritos de madera, dulces o pidiendo dinero hasta altas horas de la noche y pasado del medio día.

Lo que es indicativo de que no pertenecen a ninguna escuela, que les brinde el derecho a la educación.


De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), más de 5 millones de niños y niñas en México viven en pobreza extrema. Esto significa que no tienen acceso suficiente a alimentos, agua potable, educación o servicios de salud. La pobreza infantil no es solo una estadística: es una vida truncada desde el inicio, un futuro limitado antes de comenzar.

La alimentación suficiente y balanceada proporciona agilidad mental, un desarrollo óptimo, además de garantizar una adultez sana, menos propensa a desarrollar padecimientos.

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Uno de los derechos más vulnerados es el acceso a la educación. Según el INEGI, con los datos más actualizados en 2023 más de 850,000 niñas y niños, entre 3 y 17 años estaban fuera del sistema escolar.

Las razones van desde la falta de recursos económicos hasta la necesidad de una tutela responsable.

En efecto, alrededor de 3.7 millones de niños en México trabajan, muchos de ellos en condiciones peligrosas o de explotación. Esto no solo les roba su infancia, sino también sus oportunidades de romper el ciclo de la pobreza.

La violencia es otro rostro oscuro de la niñez. México ocupa uno de los primeros lugares en América Latina en violencia contra menores.

En promedio, cada día, más de 3 niños mueren de forma violenta en el país, y miles más son víctimas de abuso físico, emocional o sexual. Muchas veces, estos abusos ocurren en los espacios que deberían ser seguros: el hogar, la escuela, la comunidad.

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Además, el abandono del sistema de salud también tiene consecuencias. Según datos de la Secretaría de Salud, hay regiones donde la mortalidad infantil es hasta tres veces mayor que en zonas urbanas por la falta de atención médica oportuna, vacunas o seguimiento nutricional.

Reflexionar sobre esto no es para amargar la celebración, sino para recordar que no basta con regalar juguetes un día al año.

La niñez necesita políticas públicas, compromiso social y acciones cotidianas para garantizar sus derechos todos los días. Necesita adultos que levanten la voz por quienes aún no tienen voz.

Sé el adulto que tú necesitaste cuando eras niño; utiliza la creatividad, juega y diviértase con los pequeños, ellos requieren que miremos más allá del festejo y veamos la urgencia de actuar.

Este Día del Niño, celebremos también con responsabilidad. Porque todo niño merece reír, aprender, jugar, y sobre todo, vivir en paz y con dignidad.

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Gente

Despiden a Zendejas de inmediato, pero en Tránsito, Movilidad y Transporte la corrupción sigue intacta en las altas esferas

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Guanajuato, Gto. – El pasado lunes 18 de agosto, alrededor de las 5:30 de la tarde, el elemento de Tránsito, Movilidad y Transporte, Leonardo Zendejas, fue llamado por Alejandro Barbarino Sosa para ser despedido de manera inmediata. Al día siguiente, martes 19 de agosto, ya no se encontraba laborando en la corporación.

La pregunta es inevitable: ¿por qué con Zendejas se aplicó un despido fulminante y con otros elementos involucrados en presuntos actos de corrupción y cinismo dentro de Tránsito, Movilidad y Transporte no pasa absolutamente nada? A varios trabajadores se les ha cesado injustificadamente, mientras que agentes señalados por irregularidades siguen activos y hasta operando con total normalidad.

El problema de fondo no se limita a un solo elemento. La corrupción sigue enquistada en las cabezas principales de gobierno municipal, donde los Navarro Smith, y de Tránsito, Movilidad y Transporte de Alejandro Barbarino Sosa, Barranco, Guzmán, Julio García y Omar Yebra son mencionados de manera recurrente.

La ciudadanía no pide ajustes superficiales ni despidos selectivos: exige que la corrupción total sea combatida desde arriba. Guanajuato no puede seguir hundido en el descaro y el cinismo de quienes se saben protegidos. El caso Zendejas solo demuestra que cuando las autoridades quieren, pueden actuar de inmediato; el problema es que no lo hacen donde realmente duele.

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Cultura

El nopal y mezquite: riqueza cultural guanajuatense

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El nopal: alimento, medicina y símbolo cultural

El nopal es probablemente la planta más representativa de México, al grado de formar parte del escudo nacional. En Guanajuato crecen diversas especies de Opuntia que se adaptan con facilidad a los suelos áridos y a las variaciones climáticas del estado. Sus pencas, frutos y flores han sido aprovechados durante generaciones por pobladores locales.

En la época prehispánica, el nopal tenía un papel ritual y simbólico entre los pueblos chichimecas y otomíes que habitaron la región, pues se le atribuían propiedades protectoras y medicinales. Se cree que en algunas ceremonias se utilizaba el jugo de las tunas fermentadas como bebida ritual, además de que las espinas podían simbolizar sacrificio y purificación.

En el ámbito práctico, el nopal era indispensable para la alimentación: sus pencas tiernas (los llamados “nopalitos”) eran consumidas asadas o en guisos, mientras que las tunas aportaban azúcares naturales y energía. Además, el mucílago del nopal servía como cicatrizante y calmante de afecciones digestivas. Hoy en día, su consumo continúa siendo parte de la dieta cotidiana en Guanajuato, no solo por tradición, sino también por su alto valor nutricional.

El mezquite: árbol de vida en tierras áridas

El mezquite es considerado uno de los árboles más generosos del semidesierto. En el estado, su presencia es común en planicies y lomeríos secos, donde sus raíces profundas le permiten sobrevivir a sequías prolongadas. Antiguamente fue visto como un árbol sagrado por los grupos indígenas que habitaban en la región, quienes lo consideraban protector y fuente de vida.

De sus vainas conocidas como “mezquites” o “mezquitones”, se obtenía una harina dulce que se utilizaba para preparar atoles y panes rústicos. Su madera, dura y resistente, fue empleada tanto en construcciones como en la fabricación de utensilios y su uso llegaba incluso en rituales, donde se utilizaban brasas de mezquite para generar humo en ceremonias de purificación, ya que se pensaba que su aroma alejaba a los malos espíritus.

En la actualidad, el mezquite sigue siendo un recurso vital, pues su leña es apreciada para la elaboración de carbón de alta calidad y para preparar alimentos como la barbacoa y las carnitas tradicionales en la gastronomía guanajuatense. Además, la savia del mezquite ha sido usada como remedio natural para problemas de garganta y como cicatrizante.

Tanto el nopal como el mezquite han moldeado la forma de vida de las comunidades de Guanajuato. Su resistencia simboliza la adaptación a un entorno difícil y, al mismo tiempo, la abundancia que puede ofrecer la tierra árida si se sabe aprovechar con respeto.

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En épocas indígenas, estas plantas no eran solo recursos materiales, sino también elementos cargados de significado espiritual, representaban el vínculo entre el hombre y la naturaleza, y su aprovechamiento estaba ligado a ciclos agrícolas, rituales de agradecimiento y prácticas de subsistencia.

Hoy, aunque los tiempos han cambiado, el legado del nopal y del mezquite sigue vivo. Ambos forman parte del paisaje rural guanajuatense y de la memoria colectiva, recordándonos que en lo sencillo y en lo resistente también habita la riqueza cultural de un pueblo.

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Cultura

El Templo de la Compañía de Jesús: historia y huella en Guanajuato

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En pleno siglo XVIII Guanajuato vivía su momento de gloria, pues las minas de la Valenciana, Mellado y Cata llenaban la ciudad de riqueza y con ello aparecieron grandes construcciones religiosas y civiles que buscaban mostrar el poder de quienes financiaban esas obras. Entre ellas surgió el Templo de la Compañía de Jesús, levantado por los jesuitas en 1747 con un objetivo claro: convertirse en un centro espiritual y educativo que diera prestigio a la orden y fortaleciera su presencia en una de las ciudades más prósperas de la Nueva España.

El dinero para iniciar el templo fue donado de los mineros más ricos y de benefactores que querían algo más que un lugar de oración: buscaban dejar un legado que legitimara su fortuna. El estilo elegido fue el barroco novohispano, cargado de ornamentos y detalles churriguerescos que aún hoy impresionan. Para darnos una idea de lo que costó su construcción en su tiempo se gastaron 80, 000 únicamente para aplanar el terreno.

Pero la historia del templo se torció en 1767, cuando el rey Carlos III expulsó a los jesuitas de todos sus territorios. La orden religiosa que había impulsado la obra fue obligada a abandonar el país y el templo quedó inconcluso. Años después, el clero secular lo retomó y logró concluirlo, asegurando su continuidad como centro de culto.

Durante la Guerra de Independencia, Guanajuato fue escenario de batallas y levantamientos, el templo, al igual que otras construcciones religiosas, se convirtió en punto de encuentro y refugio, pero también en testigo silencioso de los daños que el conflicto dejó en la ciudad.

Con el paso del tiempo, el edificio recuperó su esplendor. El templo es la huella de una época donde la minería, la fe y el poder estaban profundamente entrelazados. Su fachada barroca, sus torres y sus retablos siguen narrando la historia de una ciudad que conoció la opulencia, la represión y la independencia, y que encontró en este templo un reflejo de todas esas etapas.

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El Templo de la Compañía de Jesús continúa siendo parte esencial de la vida de Guanajuato. Más allá de lo religioso, se ha convertido en un símbolo cultural y patrimonial que recuerda cómo la riqueza de las minas transformó la ciudad en un escenario único, donde cada piedra guarda un pedazo de historia.

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