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Cultura

¿Cómo surgió el estado de Guanajuato?

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Los primeros habitantes del territorio que hoy conocemos como el Estado de Guanajuato fueron los Chupícuaros, quienes se asentaron en la región meridional del Bajío. Posteriormente, la zona fue ocupada por los otomíes, que más adelante fueron desplazados por las tribus chichimeca y purépecha, siendo esta última la que dominó el suroeste del territorio. Al momento de la llegada de los españoles, estas dos tribus eran las principales pobladoras del área.

La presencia española en Guanajuato comenzó con la expedición de Cristóbal de Olid, que en 1522 llegó al sur del estado, específicamente a Yuririhapúndaro y Pénjamo. Cuatro años después, en 1526, se fundó Acámbaro, considerado el primer asentamiento español en la región. La colonización se extendió hacia la zona oriental del estado a partir de 1542, cuando se otorgaron mercedes para estancias ganaderas en Apaseo y Chamácuaro. Durante los años siguientes, se fundaron varios poblados estratégicos, entre ellos San Miguel el Grande en 1555, Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato en 1557, León en 1576 y San Luis de la Paz en 1590, este último como resultado de un pacto de paz con los chichimecas.

El crecimiento demográfico de Guanajuato estuvo estrechamente ligado a la explotación de sus ricos yacimientos de plata, descubiertos en 1552. Para el siglo XVII, el territorio se había consolidado como uno de los centros más importantes de extracción de este metal a nivel mundial, lo que atrajo tanto a pobladores como a comerciantes y autoridades coloniales.

Administrativamente, la región experimentó diversos cambios durante el período colonial. A partir de 1548, con la creación de la Real Audiencia de Guadalajara, la Nueva España se dividió en los reinos de Galicia y México, quedando Guanajuato integrado al segundo. En 1600, con la división de la Nueva España en 23 Provincias Mayores, la entidad formó parte de la Provincia Mayor de Valladolid, dentro del Reino de México. Posteriormente, en 1786, las reformas borbónicas promovidas por el rey Carlos III establecieron la Intendencia de Guanajuato, conformada por cinco alcaldías mayores.

La participación de Guanajuato en la lucha por la independencia comenzó el 16 de septiembre de 1810, cuando Miguel Hidalgo y Costilla proclamó el inicio del movimiento insurgente en Dolores. Posteriormente, los insurgentes ocuparon la ciudad de Guanajuato y avanzaron hacia Valladolid (actual Morelia), sumando un ejército de alrededor de 70,000 personas. Aunque llegaron hasta Guadalajara y planearon dirigirse hacia Estados Unidos para adquirir armas, fueron finalmente traicionados y capturados en Coahuila.

Durante los años siguientes, la entidad experimentó diversas reorganizaciones administrativas derivadas de la Constitución de Cádiz de 1812 y los cambios políticos hasta 1821, cuando los jefes militares Luis de Cortázar y Anastasio Bustamante se adhirieron al Plan de Iguala y la ciudad de Guanajuato fue ocupada por fuerzas insurgentes, jurándose la independencia el 8 de julio de ese mismo año.

Finalmente, en 1824, Guanajuato se constituyó oficialmente como Estado Libre y Soberano, y en 1825 se instaló su primer Congreso Constituyente. La primera Constitución local se promulgó el 14 de abril de 1826, estableciendo la base legal y administrativa para la organización del estado dentro de la naciente Federación Mexicana.

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Cultura

La dieta de la milpa: legado ancestral que fortalece la salud y la sostenibilidad

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La dieta de la milpa, una práctica alimentaria tradicional en México y Centroamérica, se basa en el cultivo y consumo de productos como maíz, frijol, chile, calabaza, entre otros. Este sistema agrícola, heredado de los pueblos originarios, representa no sólo un modelo de nutrición equilibrada, sino también un pilar de la identidad cultural y la sostenibilidad ambiental.

“El legado milenario de la milpa es la base de nuestra alimentación y un orgullo de los pueblos originarios”, destacó el secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Julio Berdegué Sacristán.

Más allá de sus aportes nutritivos, la dieta de la milpa rescata tradiciones culinarias, modos de vida y fomenta la biodiversidad en nuestro país. Investigaciones recientes han demostrado sus beneficios para la salud, lo que fortalece su relevancia como un modelo alimentario vigente.

  • Nutrición equilibrada: La combinación de maíz, frijol y otros cultivos aporta proteínas, carbohidratos, vitaminas y minerales esenciales.
  • Sostenibilidad: Promueve el uso eficiente de los recursos naturales y la conservación de la biodiversidad.
  • Cultura y tradición: Preserva prácticas ancestrales que fortalecen la identidad de México y Centroamérica.

La dieta de la milpa, acompañada de ejercicio y actividad física regular, contribuye al bienestar físico y emocional.

  • Maíz: Es una fuente rica en proteínas vegetales, fibra y antioxidantes, lo que beneficia el metabolismo y ayuda al correcto funcionamiento de las células. Cuando es nixtamalizado se enriquece con calcio, que el cuerpo puede aprovechar.
  • Frijol: Es rico en fibra,  carbohidratos complejos y proteína vegetal. Además,  aporta vitaminas y minerales.
  • Calabaza: Contiene agua, fibra, vitaminas, minerales y proteínas vegetales.
  • Chile: Ofrece grandes cantidades de vitaminas y minerales. Este producto tiene efectos analgésicos, antiinflamatorios y antimicrobianos.

El secretario Berdegué invitó a la población a seguir consumiendo alimentos del campo y las costas de México, ya que representan no sólo un orgullo nacional, sino también una fuente de salud y bienestar.

Finalmente, reconoció el esfuerzo de las productoras y los productores, quienes hacen posible que los alimentos de la milpa estén disponibles en los hogares mexicanos.

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Cultura

El 2 de octubre no se olvida

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Ese día una manifestación pacífica convocada por estudiantes terminó en una de las represiones más sangrientas y crueles que haya conocido nuestro país en tiempos recientes. Jóvenes que solo aspiraban a un futuro mejor, a un México más justo y democrático, fueron acallados con balas.

El gobierno de aquel entonces eligió la violencia como respuesta a la exigencia de libertad, dejando un legado de miedo, injusticia y silencio que lastimó profundamente a generaciones enteras.

Lo terrible de aquella noche no se limita a la pérdida de vidas humanas, aunque esa herida por sí sola sea inconmensurable. El 2 de octubre representa también la negación absoluta de derechos fundamentales como la libertad de expresión, de reunión y de manifestación.

La juventud, que encarnaba la esperanza de cambio, fue tratada como un enemigo interno, como una amenaza al poder, cuando en realidad lo único que pedían era un país más abierto, más justo y más respetuoso de la dignidad humana. El crimen de Tlatelolco no fue únicamente contra los estudiantes, sino contra la sociedad entera, contra el derecho a soñar y construir un mejor mañana.

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Las víctimas fueron reducidas a cifras imprecisas, los sobrevivientes perseguidos y estigmatizados, y la memoria de aquel movimiento estudiantil trató de ser borrada de la historia oficial. Sin embargo, el dolor de las familias y la indignación de la sociedad impidieron que ese silencio se consolidara por completo.

Cada año la voz de los que ya no están vuelve a resonar en las calles para recordarnos que la memoria es también una forma de justicia.

El 2 de octubre es, entonces, una advertencia y un llamado. Una advertencia de lo que ocurre cuando el poder político se coloca por encima de la vida y de los derechos de las personas; cuando se ve en la ciudadanía un peligro en lugar de una fuerza legítima para el progreso. Pero también es un llamado a no olvidar, a mantener viva la memoria de quienes fueron injustamente asesinados y a transformar esa herida en una convicción colectiva: nunca más un gobierno puede responder con violencia al derecho del pueblo de expresarse y exigir justicia.

Hoy, a más de medio siglo de aquel acontecimiento, recordamos Tlatelolco con respeto y con dolor, pero también con la responsabilidad de no permitir que hechos semejantes se repitan. El 2 de octubre nos recuerda lo peor del autoritarismo, pero al mismo tiempo, lo mejor de la resistencia y la dignidad humanas.

Que la memoria de quienes cayeron ese día nos acompañe siempre como una brújula moral, para que el derecho a la libertad, la democracia y la justicia no vuelva a ser pisoteado en nuestra tierra.

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Celaya Guanajuato

Las marionetas del Capi Oviedo, una leyenda viva Celaya

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En Celaya, Guanajuato, aún se conserva la leyenda de las marionetas del Capi Oviedo, un titiritero que en la década de los setenta sorprendía a chicos y grandes con sus espectáculos. Con un pequeño teatro y 33 muñecos de madera, el profesor José “Capi” Oviedo daba vida a personajes como La Llorona o Cruz Diablo, mezclando tradición y misterio.

Lo que convirtió a estas marionetas en leyenda fueron los sucesos extraños que se contaban a su alrededor: muñecos que parecían moverse solos, ruidos en la noche y hasta figuras que, según testigos, volteaban a mirar al público sin que nadie las manejara.

Tras su muerte en 1984, gran parte de sus títeres desapareció, pero hoy 11 de esas marionetas están resguardadas en el Museo de Celaya Historia Regional, donde forman parte del patrimonio cultural de la ciudad. Más que un mito, las marionetas del Capi Oviedo son un símbolo de la memoria colectiva celayense y un atractivo para quienes buscan conocer las leyendas locales.

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