Cultura
El Charro Negro de la Sierra de Santa Rosa

Cuentan los viejos de la Sierra de Santa Rosa de Lima, allá donde el aire se viste de neblina y los pinos murmuran con el viento, que habita un alma en pena: el Charro Negro.
Hace siglos, cuando Guanajuato era un hervidero de mineros y arrieros, un bandido astuto se hizo de una fortuna robada. Plata, monedas y joyas arrebatadas a quienes descendían de las minas pasaron a sus manos, pero la codicia no perdona. Traicionó a sus propios compañeros y, perseguido por justicia y ladrones, buscó refugio en lo profundo de la sierra.
Allí, dicen, desesperado y con el tesoro al cuello, pronunció palabras prohibidas. Ofreció su alma al diablo a cambio de que nadie le arrebatara jamás sus riquezas. El pacto se cumplió, pero con un precio: su cuerpo se desvaneció en las sombras y su espíritu quedó condenado a cabalgar eternamente por los montes de Santa Rosa.
Desde entonces, los arrieros que se atrevían a cruzar la sierra en la noche hablaban de un galope que retumbaba entre las barrancas. Algunos juraban haber visto un jinete de traje oscuro, montado en un caballo negro, cuyos ojos brillaban como brasas encendidas en la oscuridad. Con voz profunda, el espectro ofrecía riquezas sin fin a quienes se atrevieran a seguirlo… pero ninguno de los que aceptaron volvió jamás.
Hoy en día, los pobladores todavía advierten a los viajeros: “Si escuchas cascos resonando en la tierra húmeda, no mires atrás. No respondas al llamado. El Charro Negro aún vaga en busca de compañía, guardando el tesoro maldito que lo ata a esta tierra para siempre.”
Y así, entre la neblina y el silencio de los bosques, su galope se mezcla con el viento, recordando a todos que la codicia y los pactos oscuros nunca traen redención.
¿Te atreverías a cruzar la Sierra de Santa Rosa a oscuras? ¡Cuéntanos en los comentarios!
Cultura
El Circuito Cervantino llevará el espíritu del FIC a 11 estados del país

Guanajuato, Gto.– El Festival Internacional Cervantino (FIC) ampliará su alcance a través del Circuito Cervantino, que este año recorrerá 11 entidades de la República para acercar propuestas artísticas nacionales e internacionales a nuevos públicos.
Durante la presentación oficial, Valeria Palomino, directora general de Circuitos y Festivales de la Secretaría de Cultura, destacó que la iniciativa es fruto de la colaboración entre instancias federales, estatales y universidades, lo que permitió fortalecer la circulación de artistas en todo el país.
El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) participará con 13 espectáculos en octubre, de los cuales ocho son internacionales y cinco producciones nacionales inéditas. Estos montajes se presentarán tanto en Guanajuato como en distintos recintos de la Ciudad de México.
Por su parte, Juan Ayala, secretario de Programación de la UNAM, celebró la coordinación interinstitucional que hace posible una programación diversa e incluyente, mientras que Romain Greco, coordinador ejecutivo del FIC, subrayó que el Circuito funciona como extensión del festival, proyectando su riqueza artística a más escenarios.
El 53º Festival Internacional Cervantino se celebrará del 10 al 26 de octubre en Guanajuato, pero el Circuito llevará sus espectáculos a Baja California, Baja California Sur, Ciudad de México, Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Morelos, Nuevo León, Sinaloa y Tlaxcala. La oferta incluirá teatro, danza, ópera y música en géneros que van del jazz a la tradición popular.
Este año, tanto el FIC como el Circuito tendrán como invitados de honor a Veracruz y Reino Unido, con presentaciones en 40 foros distintos. Entre los montajes destacados figuran la ópera Elektra del INBAL, el concierto Bagatelles de John Zorn interpretado por Sam Eastmond, el performance NeoArctic de la compañía danesa Hotel Pro Forma y la obra Terebrante de Angélica Liddell.
El arranque del Circuito será el 28 de septiembre en la Ciudad de México con un concierto de la cantautora colombiana Victoria Sur, quien rendirá homenaje a Toña la Negra con un repertorio de Agustín Lara y composiciones propias.
En total, 815 artistas de 20 países, entre ellos Alemania, Corea del Sur, Francia, Italia, Reino Unido, Senegal y México, darán vida a esta edición que busca descentralizar la cultura y fortalecer los vínculos artísticos entre regiones.
Cultura
De los mayas a la apicultura moderna: historia de la miel en México

La apicultura en México tiene raíces profundas que se remontan a la época prehispánica, mucho antes de la llegada de las abejas europeas. Los pueblos mayas ya practicaban la meliponicultura, es decir, la crianza de abejas sin aguijón, principalmente de la especie Melipona beecheii, conocida en maya como Xuna’an Kab.
Estas abejas eran criadas en hobones, troncos huecos sellados con lodo y resguardados en chozas. Su miel no solo era alimento, también se usaba como medicina y en rituales religiosos en honor al dios Ah-Muzen-cab, protector de las abejas. La importancia de esta actividad quedó registrada en el Códice de Madrid y en los escritos de fray Diego de Landa.
Durante la colonia, la miel y, sobre todo, la cera de Campeche, fueron productos de gran valor para el Imperio español. Se exportaban desde los puertos de Yucatán y Campeche hacia Veracruz y otras regiones, mientras que los mayas recibían a cambio cacao y piedras preciosas.
Llegada de las abejas europeas
Las abejas de la especie Apis mellifera, originarias de Europa, comenzaron a introducirse en América desde el siglo XVIII. En Cuba prosperaron a partir de 1764, y desde ahí pasaron a la Nueva España a finales de esa década. Sin embargo, en la península de Yucatán su llegada se retrasó hasta finales del siglo XIX o principios del XX, cuando se empezaron a usar colmenas modernas tipo Dadant, lo que impulsó la producción de miel en Izamal y otras zonas de Yucatán.
En 1911 se introdujo la raza Apis mellifera ligústica. A partir de 1920, con la adopción de colmenas de marcos móviles, comenzó la expansión de la apicultura moderna en México, aprovechando la gran diversidad de flora melífera.
Cultura
Los hidrantes en Guanajuato capital: historia, utilidad y cultura urbana

En una ciudad como Guanajuato capital, marcada por su trazo irregular, sus túneles y callejones, los hidrantes se convirtieron en un elemento urbano fundamental tanto en términos de seguridad como de identidad visual. Aunque hoy en día suelen pasar desapercibidos, estos dispositivos cuentan con una historia estrechamente ligada al desarrollo urbano, los incendios del pasado y la adaptación de la ciudad a las necesidades modernas.
La presencia de hidrantes en Guanajuato remonta su origen a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la ciudad comenzó a adoptar medidas más organizadas de protección civil. En un territorio minero, donde la madera y los materiales inflamables abundaban en casas y talleres, los incendios representaban un riesgo constante.
La instalación de los primeros hidrantes fue una respuesta a esa necesidad: contar con accesos rápidos al agua de la red pública para sofocar siniestros que podían poner en peligro no solo viviendas, sino también templos, plazas y edificios históricos.
La dificultad de colocar hidrantes en una ciudad tan peculiar como Guanajuato fue otro factor interesante. Debido a su relieve y al trazado estrecho de las calles, los hidrantes tuvieron que distribuirse de manera estratégica: en esquinas de plazas, cercanos a túneles, y en puntos clave de barrios históricos.
Algunos de ellos aún conservan un aspecto antiguo, pintados de rojo intenso o amarillo, contrastando con las fachadas coloridas que caracterizan al centro. Con el tiempo, no solo se volvieron parte del mobiliario urbano, sino también una especie de “huella silenciosa” de cómo la ciudad fue adaptándose a los tiempos modernos.
En la cultura guanajuatense, los hidrantes también han sido resignificados. Muchos de ellos, al estar ubicados en zonas de gran tránsito turístico, forman parte del paisaje fotográfico que se llevan los visitantes sin siquiera notarlo. Además, los artistas callejeros y fotógrafos locales han sabido integrar su presencia en la estética de las calles empedradas, convirtiéndolos en detalles que dotan de personalidad al espacio urbano.
Hoy, los hidrantes de Guanajuato no solo cumplen una función de seguridad vital, sino que también representan el diálogo entre pasado y presente. Son testigos de cómo una ciudad con raíces virreinales y alma minera logró modernizarse sin perder su esencia colonial. En ellos se refleja la capacidad de adaptación de Guanajuato: un sitio que, entre callejones y túneles, sigue cuidando a su gente y su patrimonio a través de estos discretos guardianes de hierro.
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