Tradiciones
Entre fe y tradición: revive la Pasión de Cristo en el Templo de Cata.
Entre fe y tradición: revive la Pasión de Cristo en el Templo de Cata
El sol apenas comenzaba a brillar en el cielo, cuando en la glorieta de San Clemente comenzó a reunirse una multitud de fieles. Era Viernes Santo y, como cada año en Guanajuato capital, las calles del antiguo barrio de Cata se vistieron de recogimiento, devoción y una profunda emoción. Poco a poco, entre murmullos, rezos y pasos suaves, la comunidad se preparaba para revivir una historia que ha cruzado siglos: el viacrucis del hijo de Dios.

A las diez de la mañana en punto, el silencio fue vencido por los primeros rezos. La procesión arrancó. Al frente, avanzaba lentamente la imagen de Jesús de Nazaret, con la mirada serena y el rostro cansado. Cincuenta hombres, aproximadamente, cargaban la pesada anda con solemnidad. Algunos en guaraches, otros descalzos. El asfalto ardía bajo sus pies, y las flores que adornaban la figura sumaban peso al sacrificio. Pero nadie se quejaba. Cada paso era una ofrenda, una plegaria, un acto de amor.

Tras Jesús, seguían las imágenes de la Virgen María, Juan el Apóstol y Simón de Cirene, escoltadas por soldados romanos que daban al cortejo una fuerza dramática. A su alrededor, vecinos, creyentes, turistas, niños y ancianos… todos unidos en una sola corriente de fe. Las catorce estaciones del Vía Crucis se extendían ante ellos marcadas con fervor.
Las calles empedradas de Cata se transformaron en escenografía viva. Durante casi dos kilómetros, la procesión avanzó rumbo al Templo del Señor de Villaseca, donde habría de culminar esta travesía espiritual. Muchos caminaban con veladoras encendidas. Algunos iban descalzos, ofreciendo su dolor como penitencia. Otros portaban rosarios o cruzaban los brazos en señal de respeto. Pero todos compartían un mismo silencio reverente.

Entre los cantos que se elevaban como plegarias, hubo escenas que tocaron el alma: un hombre a punto del colapso fue sostenido por dos de sus familiares; otros cuidaban que una vela encendida no se apagara con el viento; un niño, alzando su rostro entre la multitud, se persignaba con fervor. Los cargadores, con los pies heridos por el calor del pavimento, seguían adelante con tenacidad.
No, esto no era teatro. Fue una expresión viva de la fe, un acto comunitario que cada año une a Cata. El Viacrucis no es espectáculo: es reconciliación. Es reflexión. Es recordar que la vida de Cristo fue entrega, servicio y amor. Que su pasión fue un acto de redención. Eso es lo que aquí se conmemora.
La historia que se revive en Cata tiene ecos de hace más de dos mil años. Jesús de Nazaret, predicador en la antigua Judea, fue perseguido por anunciar un mensaje de paz y justicia. Traicionado y condenado, cargó su cruz hasta el Calvario, donde fue crucificado.
En Cata, el Viacrucis no solo se representa: se siente, se recuerda, se comparte. Padres que enseñan a sus hijos, jóvenes que ensayan durante semanas, vecinos que preparan cada estación con esmero.
Poco antes del mediodía, la procesión llegó al templo. La escena final se desplegó con fuerza simbólica. Los últimos rezos subieron al cielo. Y en el aire quedó suspendido el eco de una comunidad que, año con año, no solo honra la tradición: la vive con el corazón.
Tradiciones
Ponche: una tradición saludable
Esta bebida emblemática, presente en posadas, convivios y reuniones familiares, representa mucho más que una tradición decembrina: es un símbolo de identidad, memoria colectiva y sabores que unen a distintas generaciones.
El origen del ponche de frutas se remonta a la época virreinal, cuando las bebidas calientes europeas elaboradas con frutas y especias se fusionaron con ingredientes propios de estas tierras. Con el paso del tiempo, esa costumbre se transformó hasta dar lugar a la receta que hoy conocemos: una preparación festiva que combina frutas tropicales y de temporada, especias aromáticas y el toque personal que cada familia imprime en su elaboración.
La receta tradicional del ponche mexicano integra ingredientes que aportan color, aroma, sabor y beneficios nutricionales, entre los que destacan:
- La manzana, de pulpa dulce y jugosa, es una fuente importante de fibra y antioxidantes que contribuyen a la salud digestiva.
La canela en rama aporta su característico aroma y un dulzor natural que realza el conjunto de sabores.
La guayaba, reconocida por su alto contenido de vitamina C, resulta ideal para fortalecer las defensas durante el invierno, además de ser rica en fibra.
El tejocote destaca por su aporte de vitamina A, calcio y hierro, nutrientes esenciales para el buen funcionamiento del sistema inmunológico.
El tamarindo contiene vitaminas, fibra y minerales como calcio, hierro, potasio, magnesio, zinc y fósforo.
La ciruela pasa es fuente de potasio, calcio, magnesio, sodio, hierro, zinc y vitaminas del complejo B.
La flor de jamaica concentra antioxidantes, vitaminas y minerales con propiedades antiinflamatorias e hipotensoras.
La caña de azúcar aporta calcio, potasio, hierro, magnesio, así como diversas vitaminas y minerales.
Así, el ponche de frutas no solo reconforta con su sabor y calidez, sino que también refleja la riqueza agrícola y cultural del país, convirtiéndose en una de las bebidas más representativas de las celebraciones decembrinas en México.
Cultura
¿Por qué se comen 12 uvas en noche vieja?
La costumbre de comer uvas al final del año tiene un origen histórico relativamente reciente y está vinculada tanto a circunstancias económicas como a creencias simbólicas que con el tiempo se difundieron a distintos países, entre ellos México.
La tradición surgió en España a comienzos del siglo XX. La versión más documentada señala que en 1909, productores de uva de la región de Alicante enfrentaron una cosecha excedente y promovieron el consumo de uvas en la noche del 31 de diciembre como una forma de aprovechar la producción. La iniciativa coincidió con una práctica previa de la burguesía madrileña, que a finales del siglo XIX ya acostumbraba despedir el año con uvas y champaña, imitando celebraciones francesas.
Con el paso del tiempo, la costumbre se popularizó y se dotó de un significado simbólico. Se estableció el ritual de comer doce uvas al compás de las campanadas de medianoche, una por cada mes del año que inicia. Cada uva representa un deseo, un augurio o una esperanza, generalmente relacionados con la salud, el trabajo, el amor y la prosperidad. El acto se convirtió así en una forma ritual de atraer la buena fortuna para el nuevo ciclo.
La tradición llegó a América Latina a través de la influencia cultural española durante el siglo XX. En México, su adopción fue rápida, sobre todo en contextos urbanos, y se integró a las celebraciones de fin de año junto con otras prácticas simbólicas, como los colores de la ropa interior o los brindis de medianoche. Aunque no forma parte de las tradiciones coloniales más antiguas, se arraigó como un gesto colectivo de cierre y renovación.
Más allá de su origen comercial, el consumo de uvas al finalizar el año responde a una necesidad simbólica universal: marcar el paso del tiempo y expresar deseos frente a lo desconocido. Comer uvas en ese momento específico se convirtió en un acto cargado de expectativa y esperanza, una forma sencilla de participar en un ritual compartido que mira hacia el futuro con optimismo.
Hoy, esta tradición permanece vigente y continúa practicándose en muchos hogares, no solo como un acto de superstición, sino como un ritual que refuerza la idea de que el inicio de un nuevo año merece ser recibido con intención, deseo y significado colectivo.
Medio ambiente
¿Por qué ya no se debe utilizar los “cerritos” para adornar el nacimiento?
El uso de cerritos (montículos de tierra, musgo, piedra y vegetación natural) para elaborar nacimientos navideños se ha vuelto problemático por sus impactos ambientales.
Históricamente, los cerritos surgieron como una forma artesanal de recrear el paisaje de Belén utilizando materiales disponibles en el entorno inmediato. En contextos rurales o semiurbanos, tomar tierra, musgo, ramas o piedras no representaba un daño visible. Sin embargo, con el crecimiento de las ciudades y el aumento de la población, esta práctica comenzó a generar efectos acumulativos negativos.
Uno de los principales problemas es la extracción de musgo, tierra y vegetación de cerros, bosques y áreas naturales. El musgo, por ejemplo, cumple una función ecológica clave: retiene humedad, protege el suelo de la erosión y favorece la germinación de otras plantas. Su retiro masivo, especialmente en temporadas decembrinas, deja el suelo expuesto, acelera la erosión y altera microecosistemas que tardan años en recuperarse.
La remoción de tierra y piedras también contribuye a la degradación del paisaje natural. En zonas como barrancas y laderas, esta práctica incrementa el riesgo de deslaves e inundaciones, problemas especialmente sensibles en ciudades con una geografía accidentada. Además, muchas de estas extracciones se realizan en áreas protegidas o sin regulación, lo que agrava el daño ambiental.
Otro aspecto negativo es la normalización de una práctica que, aunque tradicional, ya no es sostenible en el contexto actual. El volumen de personas que replican esta costumbre cada año supera por mucho la capacidad de regeneración de los ecosistemas. Lo que antes era un gesto doméstico aislado se ha convertido en una presión ambiental significativa durante un periodo muy corto de tiempo.

En los últimos años, autoridades ambientales y grupos culturales han señalado la importancia de replantear esta tradición. Mantener el nacimiento como símbolo religioso y cultural no implica necesariamente el uso de materiales naturales extraídos del entorno. Existen alternativas como materiales reciclados, reutilizables o artificiales que permiten conservar el sentido simbólico sin causar daño ecológico.
Seguir utilizando cerritos naturales hoy en día no es negativo por su valor cultural, sino por la falta de adaptación a una realidad ambiental distinta. Recuperar el espíritu de la tradición implica también asumir una responsabilidad con el entorno, entendiendo que preservar la naturaleza es compatible, y necesario, para que estas prácticas sigan teniendo sentido en el futuro.
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