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Cultura

El Teatro Juárez es otro de los emblemas del paso del gran arte dramático por la capital de Guanajuato. Tardó 30 años en terminarse de construir.

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Una leyenda negra con la que carga este bello edificio ocurre durante la época de Reforma, unos años antes de su levantamiento, fueron destruidas las magníficas edificaciones barrocas del convento de San Diego de Alcántara como parte del cumplimiento a las normas de desamortización de los bienes eclesiásticos, en esos terrenos se levantó, al final, un símbolo del paganismo y el hedonismo griego.


La obra casa de las magníficas artes teatrales de la capital, inicia hace 152 años por encargo del general Florencio Antillón, gobernador del estado por ese entonces, al arquitecto José Noriega, quien también se debe saber, fue el encargado de las columnas, pérgolas y escalinatas del Jardín Reforma y otros teatros de relevancia nacional.
El Pórtico, levantado durante la etapa encargada al arquitecto José Noriega, que se está remozando después de las protestas del 8 de marzo, está integrado por columnas dóricas de cantera verde de fuste estriado y capiteles de bronce atípicos, decorados con figuras de liras y grotescos, en el entablamento se ve una franja decorada con guirnaldas y mascarones de bronce, que sostienen la balaustrada donde las musas griegas coronan el espectacular conjunto, emblema del paisaje de la cosmopolita ciudad minera.
La segunda etapa de su construcción, de 1882 al 27 de octubre de 1903, corrió a cargo de Antonio Rivas Mercado, encargado, por ejemplo, de la columna de la Independencia entre otros inmuebles de distinción nacional y del ingeniero Alberto Malo.
En ella se integraron soluciones de diseño exquisito de acabados de madera y diseños moriscos únicos en el país que aderezan un espacio espectacular que pese a su clase y emblemática presencia ha sufrido descuido y abandono por décadas que parecen no terminar nunca.

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Cultura

Cempasúchil. La flor que ilumina el camino de los que ya no están

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Con la llegada de octubre, los campos de México se cubren de un resplandor anaranjado: es el cempasúchil, la flor que, según la tradición, guía con su luz y su aroma a las almas que regresan a visitar a sus seres queridos durante el Día de Muertos.

Su nombre proviene del náhuatl cempoalxóchitl, “flor de veinte pétalos”, símbolo del sol y de la vida eterna. Desde tiempos prehispánicos, se ha usado en rituales para conectar el mundo de los vivos con el de los muertos.

En estados como Puebla, Michoacán y Guanajuato, miles de campesinos siembran cada año esta flor sagrada, que a finales de octubre inunda los mercados, los altares y los panteones. En comunidades como Santa Rosa, La Sauceda o Cuevas, los productores locales mantienen viva la tradición de cultivar el cempasúchil como un acto de amor y memoria.

Más que una flor, el cempasúchil es un símbolo de esperanza y continuidad. Sus pétalos marcan el camino del regreso, y su color dorado recuerda que la muerte no significa ausencia, sino presencia luminosa en el corazón de quienes aún recuerdan.

Porque en México, cada noviembre, la vida florece entre los muertos, y el cempasúchil sigue cumpliendo su misión: mantener encendida la luz del amor.

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Celaya Guanajuato

Cortometraje celayense “El Perro” triunfa en festival de cine en Costa Rica

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Un cortometraje producido en Celaya ha obtenido reconocimiento internacional: “El Perro”, concebido y dirigido por el cineasta Alberto Aguilar, recibió un premio en un festival de cine celebrado en Costa Rica. El proyecto destaca por su apuesta experimental y su origen local, lo cual resalta el talento emergente en la región bajío.

La obra parte de una idea original de Adrián Vorfreude, quien también asume el papel protagónico junto con Karen Miranda. Aguilar, encargado del guion y la dirección, ha logrado amalgamar una narrativa visual cargada de simbología y sensibilidad estética que capturó la atención del jurado internacional. Según el medio que reporta el galardón, “El Perro” se consolida como un ejemplo del cine independiente que logra trascender fronteras.

El reconocimiento en Costa Rica no sólo representa una validación artística, sino que también coloca a Celaya en el mapa del cine experimental latinoamericano. El logro permite visibilizar no solo a sus creadores, sino también el ecosistema cultural regional que apoya este tipo de iniciativas. El éxito de “El Perro” abre la puerta para que más proyectos locales aspiren a plataformas internacionales.

Finalmente, el nombre de este cortometraje refuerza la idea de que las producciones hechas con recursos limitados pueden competir en festivales relevantes, siempre que cuenten con visión y coherencia artística. Quizá estos reconocimientos empujen a nuevas alianzas, apoyos institucionales y producciones más audaces en Guanajuato.

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Cultura

Alfeñique: una tradición colorida

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Esta práctica que combina arte, religión y cultura popular, tiene raíces que se remontan a la época virreinal, cuando los españoles introdujeron la técnica del alfeñique, una masa a base de azúcar, clara de huevo y limón, que originalmente provenía del mundo árabe. En México, esta mezcla se transformó en un elemento simbólico y artesanal que adquirió identidad propia al fusionarse con las costumbres indígenas relacionadas con la muerte.

En Guanajuato, el alfeñique se consolidó como una expresión cultural única, particularmente desde el siglo XIX. Su vínculo con las festividades de Todos Santos y Día de Muertos hizo que se convirtiera en parte esencial de los altares y ofrendas dedicadas a los difuntos. En las manos de los artesanos guanajuatenses, el azúcar tomó forma de calaveras, ataúdes, corazones, frutas, animales y figuras humanas que simbolizan tanto la vida como la muerte.

Con el paso de los años, el arte del alfeñique se transmitió de generación en generación, manteniendo técnicas tradicionales que aún hoy se conservan en talleres familiares. En la capital guanajuatense, la Feria del Alfeñique se celebra cada año a finales de octubre en las inmediaciones del Mercado Hidalgo, donde decenas de puestos exhiben figuras elaboradas con azúcar, chocolate, amaranto y gomita. Esta feria no solo representa una oportunidad económica para los productores locales, sino también un encuentro entre tradición, memoria y comunidad.

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Actualmente, la elaboración del alfeñique en Guanajuato continúa siendo un acto de identidad cultural. A pesar de la introducción de materiales modernos y procesos industriales, los artesanos más antiguos siguen utilizando moldes de barro o yeso, y técnicas que requieren paciencia, precisión y devoción. Las familias acuden cada año a adquirir sus figuras para adornar los altares o simplemente como símbolo de orgullo guanajuatense.

Más allá de su belleza y sabor, el alfeñique en Guanajuato es un testimonio de la continuidad de las tradiciones. Representa la forma en que el pueblo ha sabido conservar su esencia y adaptarla a los tiempos modernos sin perder su significado espiritual. En cada calavera de azúcar hay historia, arte y una dulce manera de mantener viva la memoria de los que se han ido recordando que, en Guanajuato, la muerte también se celebra con sabor a tradición.

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