Cultura
Segunda temporada de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.
Segunda temporada de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.
La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG) es uno de los pilares culturales con los que se difunde música y espectáculos de calidad que bien sirven para que el arte forme parte fundamental de la vida de los habitantes de la capital.
Y es que la historia de esta reconocida institución musical con 72 años de existencia está llena de glorias, experiencias y leyendas, que se deben de tener en cuenta para valorar la oportunidad de asistir a sus conciertos en su nueva temporada que ya inicia el próximo viernes 2 de agosto en el Teatro Principal de la capital.
El Dr. José Osvaldo Chávez, director de extensión universitaria de la Universidad de Guanajuato, habló de la complejidad y amplitud de las actividades culturales que la plantilla académica y estudiantil genera en todas las formas artísticas que le puedan venir a la mente.
Exposiciones, museos, ballet folclórico, cine club, ajedrez, coro, estudiantina, lectura, feria del libro, por mencionar algunas de las distintas opciones, que agrupadas en organizaciones se encargan de promover el quehacer cultural para dentro y fuera de las instalaciones y aulas educativas.
La OSUG, dentro de estas organizaciones, tiene un nicho muy especial, porque es una organización musical profesional que ha alcanzado reconocimiento nacional e internacional por el esfuerzo y exigencia que a lo largo de las décadas ha destacado junto a otras tantas industrias culturales emanadas de esta universidad.
Y lo mejor de todo, es que los precios están al alcance de cualquiera, incluso hay descuento para estudiantes y personas de la tercera edad.
Así es que no hay pretexto, no se puede perder la oportunidad de presenciar una de las mejores orquestas sinfónicas del país que a partir del primer viernes de agosto iniciará su segunda temporada de este año con un programa lleno de sorpresas y calidad.
Cultura
El templo de San Diego de Alcalá: unos de los primeros templos de la ciudad
El Templo de San Diego de Alcalá es uno de los conjuntos religiosos más emblemáticos y complejos de Guanajuato capital, tanto por su historia como por su estrecha relación con el desarrollo urbano, minero y cultural de la ciudad.
Su origen se remonta al siglo XVII y está ligado a la presencia de la orden franciscana, una de las primeras en establecerse en la región.
La fundación del templo ocurrió en 1663, cuando los franciscanos comenzaron la construcción de un convento y una iglesia dedicados a San Diego de Alcalá, fraile franciscano español canonizado en 1588. La elección del sitio fue estratégica: se encontraba en una zona entonces periférica, cercana a importantes rutas de tránsito y a áreas en expansión derivadas de la actividad minera. Con el tiempo, ese espacio se convertiría en uno de los núcleos más activos de la ciudad.

El conjunto original incluía no solo el templo, sino también un convento, huertas y espacios de servicio para la orden. Durante el siglo XVIII, en pleno auge minero de Guanajuato, el templo fue ampliado y embellecido, incorporando elementos barrocos característicos de la época. Su interior llegó a albergar retablos elaborados, imágenes religiosas y un notable patrimonio artístico que reflejaba la prosperidad de la ciudad.
Uno de los momentos clave en la historia del templo ocurrió a principios del siglo XIX, tras la aplicación de las Leyes de Reforma: el convento fue exclaustrado y sus espacios tuvieron distintos usos civiles. Parte del antiguo convento fue demolido y, sobre su terreno, se construyó el Jardín Unión, que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los espacios públicos más representativos de Guanajuato. Esta transformación modificó profundamente el entorno del templo, integrándolo a la vida cívica y social de la ciudad.

El templo también sufrió daños a lo largo de su historia, particularmente por inundaciones y por el desgaste natural del tiempo. Aun así, fue objeto de restauraciones que permitieron conservar su estructura y su función religiosa. A finales del siglo XIX y durante el siglo XX, el recinto se consolidó como uno de los principales puntos de referencia del centro histórico, tanto por su valor arquitectónico como por su ubicación privilegiada frente al Jardín Unión y cerca del Teatro Juárez.
Hoy, el Templo de San Diego de Alcalá representa un testimonio vivo de las distintas etapas históricas de Guanajuato: la evangelización colonial, el esplendor minero, las transformaciones políticas del siglo XIX y la vocación cultural de la ciudad moderna. Su presencia resume la convivencia entre lo religioso, lo urbano y lo cultural, y lo convierte en una pieza fundamental para entender la evolución histórica y social de la capital guanajuatense.
Cultura
Invierno: la temporada del tejocote
Su nombre viene del náhuatl texocotl, que significa fruto-piedra o fruto agrio de piedra
Este fruto disponible, principalmente, entre los meses de octubre y enero, y es originario de México y forma parte de la familia de las Rosaceae. Destaca por su perfil sensorial complejo, en el que se combinan notas frutales con matices florales y un ligero toque almendrado, cualidades que enriquecen notablemente tanto bebidas como diversos platillos.
Desde la época prehispánica, fue aprovechado no solo como alimento, sino también con fines medicinales, particularmente para atender padecimientos respiratorios, digestivos y afecciones relacionadas con el corazón.
Desde el punto de vista nutricional, el consumo de tejocote durante el invierno aporta beneficios relevantes para la salud. Su alto contenido de vitamina C favorece el fortalecimiento del sistema inmunológico, mientras que sus propiedades antioxidantes contribuyen a la prevención de enfermedades como la diabetes y los padecimientos cardiovasculares. Asimismo, gracias a su aporte de calcio, apoya la salud ósea y dental.
Cultura
¿De dónde proviene la tradición de adornar con luces durante la navidad?
El uso de luces de Navidad para decorar los árboles y las casas tiene un origen simbólico e histórico que se ha ido transformando con el tiempo, pero que conserva un significado central: la luz como representación de esperanza, celebración y renovación.
Desde tiempos antiguos, diversas culturas asociaron la luz con el triunfo sobre la oscuridad, especialmente durante el invierno, cuando los días son más cortos.
En Europa, antes del cristianismo, era común encender antorchas, velas o fogatas durante el solsticio de invierno como una forma de invocar el regreso del sol y protegerse simbólicamente de la oscuridad. Estas prácticas sentaron las bases culturales para el uso de la luz en las celebraciones decembrinas.
Con la posterior llegada de la religión cristiana, la luz adquirió un significado religioso más específico: simbolizaba la llegada de Jesús como “la luz del mundo”. Durante la Edad Media, esta idea se materializó en el uso de velas para decorar templos y hogares en Navidad. En particular, el árbol de Navidad comenzó a adornarse con velas en Alemania entre los siglos XVI y XVII, como una forma de representar la luz divina y la vida en medio del invierno.

Luego ocurrió el paso de la vela a la luz eléctrica ocurrió a finales del siglo XIX, pues en 1882, Edward H. Johnson, socio de Thomas Edison, colocó por primera vez una serie de focos eléctricos en un árbol de Navidad en Nueva York. Este hecho marcó el inicio de una transformación tecnológica y cultural: las luces eléctricas ofrecían mayor seguridad y permitían una decoración más abundante y duradera. A partir del siglo XX, su uso se popularizó rápidamente en hogares, calles y espacios públicos.
Con el tiempo las luces navideñas trascendieron su significado religioso para convertirse en un símbolo cultural y social. Decorar la casa y el árbol con luces pasó a representar el espíritu festivo, la convivencia familiar y el deseo de compartir alegría. En muchas comunidades, las iluminaciones también se convirtieron en una expresión colectiva, reforzando el sentido de pertenencia y celebración.


Hoy, aunque su uso está profundamente ligado a la estética y a la tradición, las luces de Navidad siguen conservando su sentido original: iluminar un periodo asociado al cierre de ciclos, a la esperanza de nuevos comienzos y a la idea de que, incluso en los momentos más oscuros del año, la luz tiene un lugar central en la vida cultural y simbólica de las personas.
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