Tradiciones
Ponche: una tradición saludable
Esta bebida emblemática, presente en posadas, convivios y reuniones familiares, representa mucho más que una tradición decembrina: es un símbolo de identidad, memoria colectiva y sabores que unen a distintas generaciones.
El origen del ponche de frutas se remonta a la época virreinal, cuando las bebidas calientes europeas elaboradas con frutas y especias se fusionaron con ingredientes propios de estas tierras. Con el paso del tiempo, esa costumbre se transformó hasta dar lugar a la receta que hoy conocemos: una preparación festiva que combina frutas tropicales y de temporada, especias aromáticas y el toque personal que cada familia imprime en su elaboración.
La receta tradicional del ponche mexicano integra ingredientes que aportan color, aroma, sabor y beneficios nutricionales, entre los que destacan:
- La manzana, de pulpa dulce y jugosa, es una fuente importante de fibra y antioxidantes que contribuyen a la salud digestiva.
La canela en rama aporta su característico aroma y un dulzor natural que realza el conjunto de sabores.
La guayaba, reconocida por su alto contenido de vitamina C, resulta ideal para fortalecer las defensas durante el invierno, además de ser rica en fibra.
El tejocote destaca por su aporte de vitamina A, calcio y hierro, nutrientes esenciales para el buen funcionamiento del sistema inmunológico.
El tamarindo contiene vitaminas, fibra y minerales como calcio, hierro, potasio, magnesio, zinc y fósforo.
La ciruela pasa es fuente de potasio, calcio, magnesio, sodio, hierro, zinc y vitaminas del complejo B.
La flor de jamaica concentra antioxidantes, vitaminas y minerales con propiedades antiinflamatorias e hipotensoras.
La caña de azúcar aporta calcio, potasio, hierro, magnesio, así como diversas vitaminas y minerales.
Así, el ponche de frutas no solo reconforta con su sabor y calidez, sino que también refleja la riqueza agrícola y cultural del país, convirtiéndose en una de las bebidas más representativas de las celebraciones decembrinas en México.
Cultura
¿Por qué se comen 12 uvas en noche vieja?
La costumbre de comer uvas al final del año tiene un origen histórico relativamente reciente y está vinculada tanto a circunstancias económicas como a creencias simbólicas que con el tiempo se difundieron a distintos países, entre ellos México.
La tradición surgió en España a comienzos del siglo XX. La versión más documentada señala que en 1909, productores de uva de la región de Alicante enfrentaron una cosecha excedente y promovieron el consumo de uvas en la noche del 31 de diciembre como una forma de aprovechar la producción. La iniciativa coincidió con una práctica previa de la burguesía madrileña, que a finales del siglo XIX ya acostumbraba despedir el año con uvas y champaña, imitando celebraciones francesas.
Con el paso del tiempo, la costumbre se popularizó y se dotó de un significado simbólico. Se estableció el ritual de comer doce uvas al compás de las campanadas de medianoche, una por cada mes del año que inicia. Cada uva representa un deseo, un augurio o una esperanza, generalmente relacionados con la salud, el trabajo, el amor y la prosperidad. El acto se convirtió así en una forma ritual de atraer la buena fortuna para el nuevo ciclo.
La tradición llegó a América Latina a través de la influencia cultural española durante el siglo XX. En México, su adopción fue rápida, sobre todo en contextos urbanos, y se integró a las celebraciones de fin de año junto con otras prácticas simbólicas, como los colores de la ropa interior o los brindis de medianoche. Aunque no forma parte de las tradiciones coloniales más antiguas, se arraigó como un gesto colectivo de cierre y renovación.
Más allá de su origen comercial, el consumo de uvas al finalizar el año responde a una necesidad simbólica universal: marcar el paso del tiempo y expresar deseos frente a lo desconocido. Comer uvas en ese momento específico se convirtió en un acto cargado de expectativa y esperanza, una forma sencilla de participar en un ritual compartido que mira hacia el futuro con optimismo.
Hoy, esta tradición permanece vigente y continúa practicándose en muchos hogares, no solo como un acto de superstición, sino como un ritual que refuerza la idea de que el inicio de un nuevo año merece ser recibido con intención, deseo y significado colectivo.
Medio ambiente
¿Por qué ya no se debe utilizar los “cerritos” para adornar el nacimiento?
El uso de cerritos (montículos de tierra, musgo, piedra y vegetación natural) para elaborar nacimientos navideños se ha vuelto problemático por sus impactos ambientales.
Históricamente, los cerritos surgieron como una forma artesanal de recrear el paisaje de Belén utilizando materiales disponibles en el entorno inmediato. En contextos rurales o semiurbanos, tomar tierra, musgo, ramas o piedras no representaba un daño visible. Sin embargo, con el crecimiento de las ciudades y el aumento de la población, esta práctica comenzó a generar efectos acumulativos negativos.
Uno de los principales problemas es la extracción de musgo, tierra y vegetación de cerros, bosques y áreas naturales. El musgo, por ejemplo, cumple una función ecológica clave: retiene humedad, protege el suelo de la erosión y favorece la germinación de otras plantas. Su retiro masivo, especialmente en temporadas decembrinas, deja el suelo expuesto, acelera la erosión y altera microecosistemas que tardan años en recuperarse.
La remoción de tierra y piedras también contribuye a la degradación del paisaje natural. En zonas como barrancas y laderas, esta práctica incrementa el riesgo de deslaves e inundaciones, problemas especialmente sensibles en ciudades con una geografía accidentada. Además, muchas de estas extracciones se realizan en áreas protegidas o sin regulación, lo que agrava el daño ambiental.
Otro aspecto negativo es la normalización de una práctica que, aunque tradicional, ya no es sostenible en el contexto actual. El volumen de personas que replican esta costumbre cada año supera por mucho la capacidad de regeneración de los ecosistemas. Lo que antes era un gesto doméstico aislado se ha convertido en una presión ambiental significativa durante un periodo muy corto de tiempo.

En los últimos años, autoridades ambientales y grupos culturales han señalado la importancia de replantear esta tradición. Mantener el nacimiento como símbolo religioso y cultural no implica necesariamente el uso de materiales naturales extraídos del entorno. Existen alternativas como materiales reciclados, reutilizables o artificiales que permiten conservar el sentido simbólico sin causar daño ecológico.
Seguir utilizando cerritos naturales hoy en día no es negativo por su valor cultural, sino por la falta de adaptación a una realidad ambiental distinta. Recuperar el espíritu de la tradición implica también asumir una responsabilidad con el entorno, entendiendo que preservar la naturaleza es compatible, y necesario, para que estas prácticas sigan teniendo sentido en el futuro.
Tradiciones
Guajolote: un ave con historia, tradición y mucho sabor
El guajolote se consumía desde la época precolombina, durante festividades aztecas, por lo que poseía un profundo significado cultural al ser un elemento de los rituales de la época
El pavo es uno de los platillos más representativos de la temporada navideña y tradicionalmente se consume durante la cena de Nochebuena. Su presencia en las mesas familiares se ha consolidado como parte de las celebraciones de fin de año.
Durante estas fechas, esta ave suele prepararse de diversas maneras, entre ellas al horno, relleno, en adobo, con mantequilla o al vino, lo que permite una amplia variedad de sabores y estilos culinarios que lo convierten en un elemento central de la gastronomía decembrina.
El término guajolote proviene del náhuatl “huexolotl”, cuyo significado se asocia con “gran criatura”. Su consumo se documenta desde la época prehispánica, particularmente en festividades de los pueblos mesoamericanos.
Para la cultura mexica, el guajolote tenía un importante valor simbólico y ritual. Se le vinculaba con deidades como Tezcatlipoca, así como con representaciones del Sol y de la vida. Incluso, existía la creencia de que estas aves habían sido hombres en tiempos anteriores, lo que reforzaba su relevancia espiritual.
Con la llegada de los españoles, el guajolote fue llevado a Europa, donde inicialmente recibió el nombre de gallina de Indias, debido a su parecido con el pavo real. Con el tiempo, el nombre se simplificó hasta quedar como pavo, denominación con la que hoy se le conoce a nivel internacional.
Además de su valor cultural e histórico, el pavo es apreciado por sus propiedades nutricionales. Su carne es magra y aporta una cantidad significativa de proteínas, hierro y vitaminas del complejo B. Asimismo, se caracteriza por su bajo contenido de grasa, calorías y colesterol, lo que lo convierte en una opción saludable dentro de la dieta.
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